Dr. Saúl Lara Espinoza
Coordinador de la Maestría en Juicios Orales del CEUS
(Columna Sustancia sin retórica, Periódico El Debate)
Hace 23 años, a este servidor se le encargó que formulara para el gobierno de Sinaloa el Programa Estatal de Seguridad Pública y Justicia 1993-1998. Eran los inicios de la administración del Ing. Renato Vega Alvarado.
Como todo documento de esa naturaleza, técnicamente, inicia con una investigación para examinar el estado del arte en la materia, por lo que me di a la tarea de averiguar lo que había en México, y lo que se tenía aquí en Sinaloa en ese tiempo.
Dicha indagación, lógicamente, implicó analizar la etiología de la criminalidad, así como la parte organizativa, operativa y técnica de la forma en que era abordada por parte de las autoridades policiales, así como a las que, desde el punto de vista integral y transversal, les correspondía participar, a partir de los elementos aparentemente lejanos.
Uno de ellos lo constituía y aún lo constituye la cuestión educativa.
Por ello es que en el citado programa que se me encargó, desde aquel tiempo, incluyó como línea estratégica el tema educativo para lograr la paz en Sinaloa, ante la creciente criminalidad, y que hoy es poco más del triple que en aquella época.
Después de concluir dicho programa, y una vez aprobado por las autoridades competentes, me percaté que este se guardó en los cajones de los archiveros o escritorios de los funcionarios del área de seguridad de aquel tiempo. Y solo se volvía a sacar cada año en que se aproximaba un informe de gobierno.
Ese fenómeno ya no era responsabilidad de quien esto escribe. Sin embargo, la mencionada línea estratégica aún sigue siendo vigente, puesto que la educación debe contribuir de manera permanente y significativa para procurar la paz ante la complejidad y desafíos que implica el fenómeno conocido como violencia.
Para combatirla desde su raíz, debemos contribuir a la cultura de la paz por el bien de los niños y jóvenes de hoy y por las generaciones que vienen atrás de nosotros. Incluyendo por supuesto a los adultos.
Ello tomando en cuenta además, que la educación es un magnífico antídoto contra la violencia en cualquiera de sus manifestaciones. Aún aquellas que parecen insignificantes, pero que algunas conductas son agresivas a la dignidad humana, y muchas de las personas ni siquiera se percatan de ello.
De tal manera que es menester mejorar y demostrar la educación para enraizar en lo más profundo una cultura de la paz en Sinaloa.
Para empezar, por ejemplo, es necesario aprender a ser amables en todos los aspectos y con todo mundo. De esa manera se empieza a demostrar en los hechos la educación.
Esta también debe estar inspirada, forjada y cimentada en la cultura de la paz, y no solo limitada a una simple instrucción formal, sino en una filosofía profunda como la contenida en el artículo 3° de la Constitución Federal, y en los valores éticos universales inscritos en el artículo 90 de la Constitución Local, cuya autoría y redacción actual, desde el punto de vista material, se debe a este columnista, quien recomendó en su momento modificarlo para garantizar una política de Estado en la materia, y no dejarlo a los ímpetus personales de cada régimen de gobierno.
Y además, por otra parte, porque la criminalidad no únicamente hay que combatirla con fuerza de tarea, es decir, con tanquetas blindadas, rifles, granadas y demás equipo bélico, con cuya política sólo provoca mayores enfrentamientos con los grupos que están fuera de la ley, y que genera ríos de sangre por todo Sinaloa, afectando a muchísima gente inocente.
Por esa y muchas otras razones, desde hace casi cinco lustros, propusimos cambiar en materia de seguridad pública, la cultura de la guerra, por una genuina cultura de la paz, porque la criminalidad, jamás se resolverá empleando casi de modo exclusivo la fuerza de tarea.
De ahí que esperamos que el presente gobierno emprenda sistemáticamente la referida cultura, y que la educación contribuya de manera significativa a dicho desiderátum